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Entre dibujos, calcas y cianotipias: la construcción de la flora mexicana en el Instituto Médico Nacional (1889-1915) 


Angélica Morales Sarabia / María Eugenia Constantino Ortiz

04 de febrero de 2021

Este proyecto estudia la producción y circulación de imágenes botánicas y sus reproducciones con una narrativa histórica que se divide en dos fases. 

La primera corresponde a la creación de los dibujos originales realizados por los miembros de la Real Expedición Botánica a Nueva España (REBNE), a partir de las observaciones y herborizaciones hechas, hacia finales del siglo XVIII, en territorio novohispano. 

La segunda se sitúa un siglo más tarde, cuando Fernando Altamirano, primer director del Instituto Médico Nacional (IMN), realizó distintos esfuerzos por recuperar la información contenida en los dibujos de la Expedición; lo cual resultó en la producción de calcas y la adquisición de cianotipias que sintetizaban, de forma esquemática, aquello que los expedicionarios buscaban reproducir en una Flora Novohispana de insignia monárquica y que, al final, volvía a un país independiente que veía en su vegetación un distintivo nacional, además de la base para el impulso de un proyecto de explotación de recursos naturales.

En el caso que nos ocupa, el Instituto Médico Nacional es el espacio político que aloja la nueva iniciativa de recopilación de información relativa a las especies botánicas que buscaba, principalmente, encontrar, colectar y estudiar las plantas medicinales producidas en el territorio nacional. En esa búsqueda, los materiales producidos por la REBNE, entre 1787 y 1803, significaban un compendio de información esencial que, al estar ya registrada en dibujos, inventarios y descripciones, les podía facilitar el camino al reconocimiento de las plantas medicinales y la construcción de una Flora Mexicana, no obstante que los sistemas de clasificación al uso estuvieran en proceso de cambio y rectificación. El camino hacia la recuperación de esos materiales, producidos en Nueva España con financiamiento monárquico y, por tanto, ubicados físicamente en el Real Jardín Botánico de Madrid, iba a ser complejo. Sin embargo, dos funcionarios del IMN -Fernando Altamirano y José Ramírez-se darían a la tarea de conseguir, de una forma u otra, la información contenida en los manuscritos y los dibujos de la llamada Expedición de Sessé y Mociño, llevándolos a compilar, entre otras cosas, una serie de calcas y fotocalcas -cianotipias- con las que se materializó y trajo de vuelta a México la información de las especies botánicas reconocidas anteriormente por los expedicionarios.

Antecedentes

Arte y ciencia es un binomio común que ha ocupado cientos de páginas de la literatura que se ha escrito acerca de ambas disciplinas. Desde hace siglos, la mano del artista ha completado la mirada del científico que busca materializar de alguna manera el mundo de las ideas que compone su saber, mientras la mente del científico ha dotado de motivos al artista que busca poner su práctica al servicio de fines que van más allá de lo estético. En la historia natural esta complicidad simbiótica comenzó a ser más visible desde que, a mediados del siglo XVI, el suizo, Conrad Gesner, decidió que la literatura de los naturalistas sería más fácil de entender si se acompañaba sistemáticamente de dibujos que ayudaran a superar la insuficiencia de las descripciones textuales, al mostrar específicamente y de forma gráfica las características que se requerían para reconocer ejemplares, identificarlos y clasificarlos.

En el devenir de las prácticas naturalistas de los siglos subsecuentes, el ejercicio del dibujo y la ilustración se tornó primordial para la producción del conocimiento científico fiable sobre la naturaleza, pues los estudios de gabinete llevados a cabo en los grandes centros de acopio europeos requerían de al menos cuatro unidades básicas de información: el ejemplar vivo o disecado; su descripción; el dibujo y el índice que ordenaba todo lo anterior. Con este conjunto se materializaba y se armaba una unidad epistémica mayor y más compleja que terminaba por ser la base de las colecciones de un jardín botánico o de un gabinete de historia natural.

La historiografía nos ha enseñado que en jardines y gabinetes se buscaba la imitación, ya fuera del Jardín del Edén, del Arca de Noé o del universo natural conocido, las colecciones se configuraban como modelos construidos a semejanza de las producciones naturales observadas in situ, con el objetivo de acercar lo existente y quizá, recién descubierto, a los centros de estudio de la naturaleza. En esta búsqueda, se establecía una relación modelo-copia que implicaba una imitación estética de la naturaleza, a la vez que una construcción de los principios y características básicos del prototipo imitado -ejemplar natural- y de los cánones que debía seguir el imitador (Gomá, 2005). En este punto, la botánica es uno de los mayores referentes, primero porque el conocimiento de las plantas ha sido siempre vital para el ser humano y después, porque, en términos de su estudio y clasificación, la implementación del sistema linneano contribuyó a establecer también los parámetros deseables de representación de un espécimen vegetal.

Desde el siglo XVI la representación bidimensional de las plantas se volvió sistemática gracias a las prácticas de campo de expedicionarios y naturalistas que buscaban registrar sus hallazgos de la mejor manera posible. La creación de herbarios secos se complementaba con descripciones y dibujos que debían recrear los aspectos más significativos de la planta ad vivum, no obstante que en estas representaciones se mostrara el espécimen en un entorno bidimensional neutral y aséptico, usualmente aislado del resto de su ámbito ecológico. Al hacer esto, el naturalista o dibujante pasaba por un proceso de abstracción y traducción de la naturaleza; abstracción que se aplicaba, primero, al plano físico con la identificación y extracción del espécimen y, después, al simbólico, que implicaba un proceso de reconocimiento, codificación, decodificación y recodificación conceptual que derivaba en el proceso de traducción y materialización bidimensional plasmado en los dibujos. En este sentido, y recuperando las palabras de Walter Benjamin, la traducción -al igual que la imitación- requería mantener una relación íntima y estrecha con el original, pues su función se centraba en permitir y propiciar la supervivencia de este último, aunque, en el proceso, el original se modificara de alguna forma; en este caso, con el paso a la copia bidimensional (Benjamin, 2007: 79).

Los dibujos que resultaron de los recorridos y las prácticas de los expedicionarios que recorrieron las colonias europeas en la segunda mitad del siglo XVIII eran traducciones plasmadas en papel de los hallazgos acontecidos durante las misiones. Sus cualidades imitativas del mundo vegetal vivo eran valoradas por los naturalistas en los centros de acopio europeos en tanto su potencial epistémico y en ellas residía un capital de información indispensable para llegar a consensos vinculados, principalmente, con el tema del orden y la clasificación de las plantas (Bleichmar, 2012: 6). Y si bien ese era uno de los objetivos principales en el reconocimiento y el registro de las nuevas especies botánicas, también lo era lograr la conformación de un acervo documental imperial constituido por las Floras representativas de las colonias europeas. Idea que subsistió hasta finales del siglo XIX por dos motivos principales: primero, porque seguía significando un buen proyecto de expansión imperial y estabilización de información; segundo, porque representaba una posibilidad de ordenar no sólo el mundo hasta entonces desconocido, sino el caos literario que esas primeras iniciativas generaron en tanto a la proliferación de nuevas especies en territorio occidental. Pero si la producción de estos volúmenes tenía connotaciones y antecedentes francamente asociados a los centros de poder europeos, hay que ver cómo se recuperó la idea en países de reciente emergencia independiente -como México-, donde se buscaba recuperar el conocimiento generado casi un siglo antes para resignificarlo en términos de las prácticas científicas contemporáneas, pero también en cuanto a su valor simbólico asociado al nuevo estado-nación.

En este contexto se sitúa la colección iconográfica producida por la REBNE y que consta de una serie de aproximadamente 2,000 acuarelas plasmadas sobre papel de algodón, en las cuales se registran los hallazgos más importantes de los expedicionarios durante su paso por el territorio novohispano. Por su historia estos dibujos han dado pie a múltiples investigaciones que las han mirado desde diferentes ángulos: su contexto de producción, la taxonomía que usan, su correspondencia con los herbarios secos o el largo camino que sufrieron a lo largo de dos siglos en América y Europa. En este trayecto los dibujos pasaron por un tránsito de de producción, envío, pérdida, reencuentro y reproducción que involucró no solo a los expedicionarios sino a múltiples y diversos actores de diferentes épocas, interesados en compilar, preservar, publicar y actualizar los contenidos de la colección. En este devenir, los dibujos se volvieron escurridizos y, de ser un patrimonio preservado por el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid, pasó a ser el tesoro de un expedicionario exiliado (José Mariano Mociño), la encomienda de un botánico suizo (Augustyn De Candolle) y la herencia de una familia catalana que mantuvo los dibujos ocultos por más de un siglo hasta que, en 1980, el Hunt Institute en Pittsburgh los compró para preservarlos institucionalmente bajo el nombre de Colección Torner de la expedición de Sessé y Mociño.

La historia y el destino de los dibujos originales de la Expedición, antes de su venta al Hunt Institute a finales del siglo XX, está llena de huecos e incógnitas que no se contestan de forma evidente con las fuentes que existen actualmente. Aunque la narrativa historiográfica parece asumir lo contrario, o bien, tiende a soslayar el itinerario de las ilustraciones una vez que llegaron a Madrid, la versión que puntualiza la fragmentación de la colección es la de Antonio González Bueno y Raúl Rodríguez Nozal, “Materials from the M. Sessé & J. M. Mociño Expedition”. No obstante, en el siglo XIX, los botánicos del IMN ya daban cuenta de que la colección estaba diseminada y también incompleta, así lo expresaba José Ramírez hacia 1899. (González y Rodríguez, 2006). 

Sin embargo, es posible que los más de 2,000 dibujos que se produjeron en Nueva España nunca estuvieran juntos debido a circunstancias políticas, personales o temporales que tampoco quedan claras en la historiografía; aunque, quizá para subsanar este problema -o incluso, para curar esta herida- sí se ha mirado y acaso, hasta reivindicado, el trabajo de copia y reproducción hecho por los De Candolle, quienes, no sólo usaron sus calcas para estudiarlas, sino también para, a su vez, copiarlas y distribuirlas entre otros botánicos interesados, aparentemente con el fin de revisar las clasificaciones y especies de la colección. Así, Alphonse De Candolle escogió 270 ilustraciones usadas como tipos en el Systema o el Prodromus y que no habían sido publicadas antes, para enviarlas a los museos de Berlín, Bruselas, Copenhague, Florencia, Kew, Leiden, París, San Petersburgo, Viena y Estados Unidos (McVaugh, 2010:173). Curiosamente, en este registro de producción y venta de calcas de la Flora Mexicana no aparece o se ha soslayado, precisamente, la colección que se envió a México, a finales del siglo XIX, a través de Fernando Altamirano, Primer Director del INM. Lo particular de esta colección no es solamente el punto de destino, sino la materialidad; porque si bien las calcas primarias de De Candolle estaban hechas de forma artesanal, dibujadas a mano, con lápiz y sobre un papel traslúcido, del tipo que ahora llamamos ‘vegetal’; la colección que se vendió a México era producto de uno de los mayores adelantos tecnológicos usados a favor de la botánica: la cianotipia. La existencia de estas cianotipias aparece sólo mencionada en el texto de Flores Olvera et al. (2010: 193). Ahí se habla también de que se realizó un lote de fotocalcas por interés de los botánicos del IMN, pero no se profundiza acerca de su proveniencia. 

La iniciativa de Altamirano, usualmente soslayada también por la historiografía que habla de la Expedición, es importante porque nos habla no sólo de la necesidad de recuperar para México un conocimiento que se había expatriado, sino porque hace uso de la tecnología y de sus propias capacidades para obtenerlo; de tal modo que no sólo entra en el circuito de compra y venta de reproducciones, sino que incluso será él mismo quien, con propia mano, reproduzca los dibujos que hasta la fecha existen en el Real Jardín Botánico de Madrid. En el Anuario de la Academia Mexicana de Ciencias Exactas, Altamirano reconoce y hace público que la colección de Mociño está desarticulada y los materiales diseminados; sabe que los dibujos originales se perdieron tras pasar a manos de su médico en Barcelona; que parte de los trabajos de la Expedición “vieron la luz pública de diversas maneras” y que De Candolle fue quien mejor los aprovechó (Altamirano, 2010: 265). Por ello, buscará de diversas maneras compilar y reordenar los materiales que, a esa fecha, se saben disponibles. Este sería quizá, el mayor esfuerzo que desde México se hizo para completar, de la mejor manera posible, los dibujos y, por ende, los conocimientos que un siglo antes habían producido los Expedicionarios en estas tierras.

Ciertamente, el IMN mantuvo una posición periférica de los centros de la botánica, pero al ceñirse a su propia agenda de investigación, logró avanzar en varios aspectos: la elaboración de varias floras regionales y una general, el estudio de las plantas medicinales y la consolidación de los estudios de botánica descriptiva en México. El IMN formó a una nueva generación de botánicos que participaron como profesores en la Dirección de Estudios Biológicos, y más adelante, encabezaron las nuevas cátedras vinculadas con los estudios biológicos, químicos y médicos en la Universidad Nacional de México. Sus investigaciones sobre plantas medicinales ciertamente lo anclaron como institución a un campo de la botánica más tradicional, pero en ello supo encontrar su fortaleza.

En términos de la recuperación del conocimiento de la Real Expedición, fue el IMN quien enmarcó las primeras publicaciones. En las reconstrucciones retrospectivas que se han hecho sobre esto, nunca se dejó de mencionar que fue en México donde se publicaron por primera vez los manuscritos más importantes de la expedición: Plantae Novae Hispaniae y Flora Mexicana -entre 1887 y 1891, 1897 y una segunda edición 1893 y 1894- (Morales, 2015); pero tampoco se profundizó sobre ello. Como bien lo señala Maldonado Polo, para el momento en que el IMN publicó estos manuscritos “la mayor parte de las descripciones que aparecen en las floras póstumas ya habían sido descritas por otros autores extranjeros y los epítetos de las nominaciones específicas también fueron utilizados en los mismos géneros” (Maldonado, 1996: 117). Quizá esa fuera la razón del soslayo.

Por mucho tiempo la historiografía de las expediciones imperiales ha soslayado los esfuerzos que se hicieron durante el siglo XIX por recuperar los materiales de cada una de esas misiones en el contexto del surgimiento de los recientes Estados-nación. Ya fuera por sólo analizar el impacto que éstas tuvieron en las metrópolis europeas y en las comunidades preponderantemente criollas o por mirar cómo las expediciones habían sido producto de intercambios, negociaciones y disputas entre centros y periferias, se ha dejado de mirar cómo la participación activa de burócratas, ilustrados e informantes locales asociados a las misiones imperiales trascendió también al siglo XIX (Bleichmar, 2008). Aunque con intereses y roles distintos, todos estos nuevos personajes se insertan también en una historia de descubrimientos, reconocimiento y orden que permite ampliar las discusiones y propiciar preguntas acerca de cómo y cuándo estos inventarios florísticos fueron elaborados, robustecidos y quizá publicados desde la propia experiencia de los recién formados Estados-nación, mientras se analizan las  prácticas de la botánica no hegemónica en el contexto de los cambios que impuso una nueva geopolítica de las plantas.

Dicho lo anterior las preguntas de investigación que marcarán la dirección de este proyecto son: ¿cuál era el objetivo de Fernando Altamirano y José Ramírez al obtener las copias de los manuscritos y parte de las colecciones iconográficas? ¿Cuál era la utilidad científica y el potencial epistémico que podrían ofrecer estos materiales a las investigaciones sobre la flora mexicana del siglo XIX? ¿De qué estrategias se valieron los botánicos del siglo XIX para recuperar un saber local que se había expatriado? ¿Cómo a través de los itinerarios de los dibujos nos permiten identificar y analizar las estrategias de materialización del conocimiento botánico, generados por distintos centros de saber? ¿Cuál fue el valor epistémico de las copias, en un momento en que la objetividad constituyó el desideratum de las ciencias naturales?

Bibliografía

Altamirano, Fernando. “Adquisiciones de documentos antiguos importantes para los estudios de nuestra flora”. En La Real Expedición Botánica a Nueva España, coordinado por Jaime Labastida. México: Siglo XXI; UNAM; El Colegio de Sinaloa, 2010, 265-26.

Benjamin, Walter. Conceptos de Filosofía de la Historia. Argentina: Terramar ediciones, 2007.

Bleichmar, Daniela. “Atlantic Competitions: Botany in the Eighteenth-Century Spanish Empire”. En Science and Empire in the Atlantic World, editado por James Delbourgo y Nicholas Dew. New York and London: Routledge, 2008. 

Flores Olvera, María Hilda, José Luis Godínez, Fernando Chiang, Aurelia Vargas y Martha Elena Montemayor. “Las ilustraciones de plantas y su importancia en el conocimiento de la flora de México”. En La Real Expedición Botánica a Nueva España, coordinado por Jaime Labastida. México: Siglo XXI; UNAM; El Colegio de Sinaloa, 2010, 181-205.

Gomá Lanzón, Javier. Imitación y experiencia. Barcelona: Crítica, 2005.

González Bueno, Antonio y Raúl Rodríguez Nozal. “Materials from the M. Sessé & J. M. Mociño Expedition (1787-1803) pertaining to the Elizondo legacy”. Huntia, 12, no. 2 (2006): 173- 184, http://webs.ucm.es/centros/cont/descargas/documento16770.pdf

Maldonado Polo, Luis. «Flora de Guatemala» de José Mociño. Madrid: Ediciones Doce Calles; Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1996.

McVaugh, Roger. “La Colección Torner: una introducción histórica”. En La Real Expedición Botánica a Nueva España, coordinado por Jaime Labastida. México: Siglo XXI; UNAM; El Colegio de Sinaloa, 2010, 157-179.

Morales Sarabia, Angélica. La consolidación de la botánica en México. Un viaje por la obra del naturalista José Ramírez (1852-1904). México: CEIICH-UNAM, 2015. 


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